Pedro, Juan y Diego

Pedro estudió en un colegio particular pagado del barrio alto de Santiago, y fue un buen alumno. En el Simce de 8º básico sacó más de 316 puntos, lo que lo situó en el 10% más alto entre todos los niños chilenos.

Juan también superó los 316 puntos. En su caso, el mérito fue doble, porque estudió en un colegio público: el capital cultural y el nivel socioeconómico de su familia eran muy inferiores a los de Pedro.
Citando una famosa metáfora, Pedro corrió con patines mientras Juan iba descalzo, y así y todo llegaron empatados a la meta.

¿Cómo premiará la sociedad el mérito de Pedro y el de Juan? ¿Reconocerá más a quien, contra todo pronóstico, logró destacarse pese a un entorno desfavorable?

Gracias a una investigación hasta ahora inédita, hoy podemos responder esa pregunta. Francisco Meneses, estudiante de doctorado en Duke, Christian Blanco (CNED) y Ricardo Paredes (DUOC) cruzaron tres bases de datos: los resultados del Simce 2004 de 8º básico, la PSU 2009 y los sueldos para el seguro de cesantía de 2017. Así, descubrieron cuánto premia el mercado laboral las trayectorias de estudiantes de diferentes estratos.

El resultado: quienes tuvieron más de 316 puntos en el Simce 2004, y estudiaban en uno de nueve colegios de élite de Santiago (nuestros “Pedros”), en 2017 ganaron un sueldo bruto promedio de $1.471.115.

Quienes tuvieron el mismo resultado en el Simce, pero estaban en un liceo público (nuestros “Juanes”), recibieron $716.665.

Pedro, el de los patines, gana más del doble que Juan, quien le empató corriendo a pie descalzo.
Y esto no sólo ocurre entre los alumnos sobresalientes. En cuatro de los cinco cortes analizados, los ex estudiantes de nueve colegios de élite que educan al 0,5% de los chilenos (Grange, Tabancura, San Ignacio, Verbo Divino, Manquehue, Saint George, Alianza Francesa, Scuola Italiana y Craighouse) ganan más del doble que los que, estando en colegios públicos, lograron iguales resultados que ellos en el Simce.

Hablemos ahora de Diego. Él, a diferencia de Pedro y Juan, fue un mal alumno. Pese a asistir a uno de esos nueve colegios, quedó por debajo del promedio nacional, con entre 217 y 251 puntos en el Simce. Pues bien, a pesar de sus malos resultados, en 2017 Diego ganaba $1.071.756.

Juan partió la carrera con todas las desventajas: menor nivel socioeconómico y capital cultural, y una inversión por alumno entre 5 y 6 veces inferior a la que recibió Diego. Así y todo, en una hazaña improbable, le sacó más de 100 puntos de ventaja en el Simce.

Pero, lejos de ser premiado por su talento sobresaliente, ahora Juan tiene un trabajo peor pagado que Diego.

¿Qué pasó entre esa prueba que rindieron a los 13 años y el trabajo en que están a los 26? ¿Será que la educación media marcó una gran distancia académica? No lo parece. Si vemos ahora la PSU 2009, la diferencia baja un poco, pero sigue siendo enorme: entre alumnos con puntajes similares, venir de uno de los nueve colegios de élite da un “bono” promedio del 64% en los sueldos 2017 sobre los ex estudiantes de liceos públicos.

Si Pedro estuvo en el 10% mejor en la PSU 2009, en 2017 ganaba $1.496.601. Juan, con igual puntaje (más de 627 puntos), obtuvo $910.550. Y Diego, que sacó apenas entre 418 y 486 puntos en la PSU, pese a ello gana $1.141.580.

Estas no son anécdotas ni impresiones. Son datos duros de más de 75 mil chilenos, y que probablemente subestiman la realidad, porque se refieren sólo a ingresos del trabajo, y no a otros como acciones, dividendos o herencias, que son mayores entre quienes vienen de un estrato alto.

Datos que desmienten la mitología de una sociedad que dice recompensar el talento y el esfuerzo de sus hijos. En el mercado del trabajo pesan el elitismo disfrazado de “roce social”, la endogamia vestida de “redes” y la discriminación enmascarada como “buena presencia”.

Pesan tanto como para que, en una injusticia palmaria, probablemente Diego, el mediocre, sea hoy el jefe de Juan, el talentoso.

Fuente: La tercera, Daniel Matamala.

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