De las pioneras de la programación a la conquista feminista del espacio digital

Las mujeres formaron parte de la historia de la informática desde sus inicios. De hecho, se considera que la primera programadora de la historia fue la matemática Ada Lovelace, que en la época victoriana creó un algoritmo pensado para ser procesado por una máquina y con ello sentó las bases de la computación.

Más acá en el tiempo, entre los años 40 y 60, decenas de mujeres matemáticas se encargaron de realizar los cálculos para dar apoyo a las operaciones militares, navales y espaciales. En ese entonces, la programación era percibida como una tarea menor y rutinaria, equiparable a las labores domésticas porque requería atención al detalle. Mientras el trabajo de los hombres se centró en la creación de hardware, las mujeres se encargaron de crear los programas necesarios para hacer funcionar los equipos. Pero a mediados de los 70, la industria comprendió la importancia de la computación y las pioneras en su programación fueron desplazadas por hombres.

En los 90 fue el boom de Silicon Valley, sede de muchas compañías emergentes y globales de tecnología, y el trabajo de los hombres se volcó al desarrollo de software. A la par se construyeron estereotipos de género basados en la cultura web, y la oferta de formación y tecnologías domésticas, como por ejemplo computadoras y videojuegos, se ofrecieron como una opción exclusivamente para varones. El ambiente masculinizado y el desconocimiento al trabajo de las mujeres en los inicios de la programación, fueron algunos de los factores que terminaron alejándolas de estas ciencias.

“Especialmente al comienzo y final de la adolescencia, las chicas van perdiendo el interés en estas áreas, y las causas son sociales y culturales, mucho más amplias que una decisión personal sobre la vocación”, explica Paula Coto, directora ejecutiva de Chicas en Tecnología (CET) a Télam.

Y detalla: “Pueden ser las expectativas familiares, que las alientan a estudiar carreras más tradicionales; también por desconocimiento de mujeres en posiciones de liderazgo; además, la falta de confianza sobre el desempeño en ciertas áreas incluso cuando tienen las competencias; y el mayor miedo de las mujeres en la adolescencia a cometer ciertos errores”.

Organizaciones como CET se proponen acompañar y formar a mujeres jóvenes en carreras tecnológicas a través de iniciativas que generen impacto en sus comunidades. “Parte de lo que hacemos es trabajar de manera muy cercana con el ecosistema tecnológico emprendedor pero también con docentes y espacios de formación, organizaciones de la sociedad civil y áreas de gobiernos para juntos poder ir resolviendo estas causas sociales y culturales que hacen que las chicas tomen o no ciertas decisiones en sus recorridos”, detalla Coto.

Por sus programas ya pasaron unas 7 mil estudiantes que produjeron 700 aplicaciones. Por ejemplo, un grupo de chicas de un secundario de Fernández Oro en Río Negro creó una app que se llama “Sistema Alternativo de Comunicación” para que personas con dificultades en la comunicación establezcan un diálogo a través de un sistema de pictogramas. Otras de las iniciativas es “5ntar”, una aplicación de denuncia e información sobre acoso callejero, también desarrollada por jóvenes mujeres.

Julieta Luceri, directora ejecutiva de la Fundación Activismo Feminista Digital, reconoce que aún falta mucho camino por recorrer, “pero hay una apertura de más mujeres en tecnologías, grupos y colectivas de mujeres en STEM”. Revertir su relación con la tecnología es parte de lo que se proponen para dejar de ser sólo usuarias y convertirse en sus creadoras. Participar del diseño, desarrollo y contenido de tecnologías y sus aplicaciones para transformarlas a su favor.

“Hackear las redes y la tecnología vienen por ese lado”, subraya. (Télam)

Fuente: https://www.grupolaprovincia.com

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